Sueños de Noctambulo
Edinson tuvo el mismo sueño otra
vez. El mismo sueño virgen y denso que lo habría de perseguir toda su vida. En el
sueño, frecuentaba un sitio lúgubre donde bailaban discos olvidados. Donde había personas que coincidían de otros
sueños y llegaban por equivocación prematura o sencillamente porque así lo deseaban.
Parejas clandestinas que no podían amarse en la realidad, se encontraban en ese
sitio para ser felices por un rato. Era un pequeño bar improvisado debajo de
palmeras eternas, sin geografía ni origen. Un pedazo de relieve furtivo
hinchazado en la vértebra principal de un trópico inverosímil. Había sillas
desperdigadas y más allá estaba el mar, aguardando su muerte como un moribundo
apasionado en el mismo sitio donde le había tocado la suerte de vivir. Allí la conoció
Edinson por primera vez. Sentada con las piernas cruzadas, observando la hilera
de bombillos azotados por el viento. Desde lejos la contempló por sueños
enteros. Era una mujer de ojos desorbitados y siempre llevaba un cigarrillo en
su boca. Tenía el cabello huérfano y solo se limitaba a las señales cuando
necesitaba algo del dueño del establecimiento. Cuando despertaba del letargo,
Edinson maldecía en silencio la mínima posibilidad de acercarse a ella y
preguntarle su nombre. Añoraba que la noche fuese infinita para nunca despertar
de sus sueños de noctambulo y siempre tener la posibilidad furtiva de
contemplar en silencio a esa mujer que jamás había visto en su vida. Sin embargo,
la noche agobiada por la vigilia milenaria, cedía el imperio al día cada mañana
y Edinson despertaba arañando en el aire esa fragancia de cerezas que lograba
capturar de ella mientras dormía. Muy pronto su cordura no encontró fuerzas ni
motivos para prevalecer ante el tiempo. Algunos lo vieron escribiendo en el
aire y haciendo figuras indescriptibles en la arena. Lo vieron hablando con el viento,
descalzo, sin camisa. Cantando poemas en lenguas divinas a la espera de una
noche longeva que llegaba al puerto todos los días. Transcurrió el tiempo y Edinson
terminó envejeciendo. Su alma sufrió un colapso fortuito y finalmente se extravió
en esa imaginación de niño que no logró abandonar en el pasado. Miles de veces,
coincidió con ella en sus sueños. Miles de veces quiso ofrecerle un poco de ese
fiel amor que llevaba en los bolsillos y en las manos. Pero el valor se le
escapaba de las piernas al levantarse de la silla. Practicó frente al espejo un
posible dialogo con ella en millones de oportunidades y en uno de esos le
expresaba por cuanto tiempo había amado en silencio su silencio. Cuantas
eternidades había amado la manera como cruzaba las piernas y como su cabello se
movía por la brisa. Le confesó también como
hubiese deseado morder sin permiso esos labios gruesos que solo se despegaban el
uno del otro cuando expulsaba aros de humos por el cigarrillo. Una noche,
desventurado y flagelado por la intemperie del olvido, tomó tres cervezas de una
sola bocanada y caminó hacia ella sin perderla de vista. Se puso frente a ella
y la miró fijamente como un hombre. Ella no se inmutó. Parecía olvidada, lúgubre.
Lo miró con cariño y soltó una risa tierna.
“De manera que tú eres quien me observa en
todos mis sueños”- le dijo. Edinson se sonrojó, pero se mantuvo firme.
“No solo la he observado” – le dijo-
también la he amado”. Ella río.
“Invítame una cerveza guapo-
dijo.- muy pronto despertaré y otra vez habrás desperdiciado tu oportunidad”.
Edinson se apresuró a preguntarle su nombre.
Ella se hizo un moño en el pelo
con un palito chino y se acomodó en el asiento de madera. En ese momento
Edinson despertó picado por un alacrán.
"o r s a o i r" - Balbuceó.
"o r s a o i r" - Balbuceó.
Comentarios
Publicar un comentario