He soñado conmigo



Este hombre, cuyo nombre y exactitud geográfica no revelare, deseaba en todo momento mitigar esa opresión característica de los sueños imposibles que lo marginaba todas las noches. Pero de tanto visitar el universo de lo irreal, había terminado por perderse en su imaginación.  Así que no podría llevar a cabo esta empresa, mientras no recordara como y donde había iniciado todo.  

A eso se dedicó por días intensos, mientras imaginaba como resolver el enigma. Guiado por la inspiración y la poca conciencia que aun retenía, dio vueltas por calles intransitables de la memoria y por recuerdos traslucidos que habían dejado de ser recuerdos hace tiempo. Por meses enteros la imaginación fue torrencial, como una tormenta de octubre. Perdido, moribundo, bordeando en realidades inexplicables, una mañana de noviembre apareció sin explicación, en un sueño que tuvo cuando era niño. Fue un sueño de esos que no tienen conciencia pura, pero en cambio poseen un espíritu insaciable. Al menos eso pensó en aquel tiempo. Parecía poseído por la entrañable maleza del destino que detiene su curso a mitad del recorrido e instala fortalezas inquebrantables en la memoria. Y creyó que los años habían dejado de transcurrir. Pensó que su musculo, cansado de evolucionar, se había quedado flotando sin gravidez ni forma. Era un niño ahora. Una criatura de ojos voraces y de alma asolada que no tenía edad ni tamaño. Solo era un recuerdo de alguien, un recuerdo de sí mismo. Así permaneció por largos siglos,  hasta coincidió nuevamente con el mismo sueño. 

Agobiado trato de despertarse violentamente, lanzándose de la cama una y otra vez. Sin embargo, siempre aparecía en ese instante, lanzándose una y otra vez de la cama. Como si fuese un ciclo repetitivo. Como si ahora, toda su vida, no fuese más que un ciclo sin precedente, anclado en algún mar perdido. Quién lo diría. Un hombre acostumbrado a siempre a salirse con la suya, finalmente se declaraba perdedor. Se vio así mismo, imprudente en los aspectos más básicos del ser humano. Opuesto al crecimiento natural y al desarrollo de la vida. Fue, sin duda, por mucho tiempo, alguien que termina haciendo lo contrario a lo que desea. Escogiendo al azar, como señalando con el dedo, las persuasiones más racionales.
Este hombre, no puede ser tan diferente a mí- pensó.

Se trataba en efecto de otra ráfaga de conciencia atravesándole las coyunturas.

¿Desperté? – eso pensó. Pero no fue así. Nuevamente se trataba del mismo espacio onírico burlesco que se mofaba de su rostro.

¿Como puede ser esto? – gritaba al viento desde la cumbre de un despeñadero. Y su voz iba y venía, como deslizándose en el aire en un vuelo perfecto.

¿Estoy despierto?- murmuraba, frotándose la cara.- esto tiene que ser real. Me lanzare de aquí ahora y moriré instantáneamente. Así acabare de una vez por todas con esta enfermedad. Lo hizo. Dio tres pasos hacia atrás y se abalanzó al precipicio. La caída se prolongó por muchos siglos. En el aire, con los brazos extendidos, esperaba caer sin remedio. Soñaba con quebrarse como un madero antiguo. Esperaba que al final de todo, la muerte lo sostuviera como una madre al hijo amado. 

Después de una larga espera, envenenado de ancianidad, por fin contempló el final del túnel. Cayó de golpe, sin más ni más. Pero no se hizo daño alguno. No. Sin embargo se le quebró el alma, los sueños sin cumplir y esa necesidad ambigua de estar y no estar en el mismo lugar.
Este hombre, cuyo nombre y exactitud geográfica no revelare, seguramente, debo ser yo, aún imaginando que existo.






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