El aeropuerto de sueños
Después de seis meses
intercambiando mensajes, ambos planearon encontrarse por primera vez en la
ciudad de Medellín. Alba vivía en Madrid y estaba casada con un hombre mucho
mayor, a quien había dejado de amar irremediablemente. Por su parte, Fernando, atrapado
en el desamor de una esposa distante, solía frecuentar otras camas ajenas en
busca de un insaciable fulgor que lo hiciera sentirse realmente vivo. Alba y
Fernando, se habían tropezado por casualidad en una batalla campal de
comentarios generados a partir de una publicación en Facebook y sin pronóstico
alguno, la afinidad fue inmediata tras los primeros mensajes. Agobiada por un
matrimonio rutinario, aquella adrenalina desmedida que resultaba tras cada
palabra fabricada en el móvil, despertó en ella una lujuria que su cuerpo no
conocía y empezó a sentir que la sangre se le calentaba dentro de los huesos
cuando leía y releía cada palabra. Tramo a tramo, disfrutaba de aquellas largas
conversaciones clandestinas y de los secretos prohibidos que terminaban
revelándose el uno al otro en la medida que profundizaban en cada aspecto. Sin
embargo, ella otorgaba poco crédito a la probabilidad de que hubiese algo de real en ese universo construido en su
cabeza y en esa sensación prohibida que por primera vez en muchos años lograba
hervirla por dentro. Un día encontró una videollamada perdida en su móvil y la
idea de conocerse con aquel hombre horrorizó sus entrañas. Con el alma a punto
de colapsar, devolvió el intento en varias oportunidades. Esperaba varios
segundos y luego colgaba repentinamente. Sudaba. Reía. Sin coraje en las
pantaletas, durante los meses siguientes rechazó cada una de las llamadas que
Fernando intentaba. En la medida que esto sucedía, la idea de aquel encuentro
furtivo se idealizaba vorazmente entre ellos. Sin proponérselo, coincidían en
los mismos sueños y en los mismos lugares imaginarios. Se procuraban el uno al
otro en silencio, pero con ímpetu desaforado, arañándose las vena y el espíritu
hasta que el amanecer se les escapaba de las manos y cada uno regresaba a su
realidad. Sin embargo, la espera llegó a su fin una tarde de abril. Por fin se
encontrarían en persona y se dirían las cosas que ya se sabían de memoria de
tanto repetirlas. Alba organizó una cuartada precisa y voló a Colombia para
conocer a Fernando. Mientras aguardaba en la sala de espera del aeropuerto
Olaya Herrera la angustia lapidó sus coyunturas. Extraviado en el tropel de
luces intermitentes y anuncios de otros
vuelos, pensaba en ella con más intensidad. Extrajo el móvil del pantalón y
hurgó en una de las imágenes recibidas donde ella posaba sin ropa. Analizó su
espalda lisa y el relieve hermoso de sus
nalgas benditas reflejado en el espejo. Congeló ese momento hasta que sintió frio
en las piernas y entonces tuvo tantas ganas de quedarse como de salir
corriendo. Cuando se acostumbraba al desatino despertó sobresaltado. Tuvo la
misma pesadilla de todas las noches: “La mujer en el aeropuerto sacándole los
ojos”.
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