Prostitutas de metal

El futuro arremetió con poca indulgencia sobre las estrategias de cortejo que acostumbraban utilizar los hombres durante el siglo veintiuno para influir en el corazón de las mujeres.  Reducidas todas las posibilidades para apaciguar la voluntad del feminismo, el hombre no tuvo más remedio que recurrir a las invenciones tecnológicas para adaptarse, de algún modo, al mundo hostil que había sobrevenido a causa de la ausencia de mujeres decididas al amor. Pero nuevamente el ingenio humano prevaleció ante las improbabilidades de la cordura y ante la negativa constante del sexo opuesto, científicos desolados terminaron fabricando mujeres humanoides, previamente programadas en la dulzura del amor y el arte de los cuerpos. Diseñadas para aquellos hombres solitarios en los cuatro continentes, las mujeres de metal lograron una fama inmediata entre los más marginados del planeta. El modelo beta de aquellas mujeres cumplían a cabalidad con todas las exigencias básicas de los consumidores: muslos firmes, caderas prominentes, tetas ingrávidas e incluso obediencia absoluta a la lujuria humana. Las esposas de carne y hueso no se asombraron demasiado. Pensaron en el tropel innovador como una muestra insignificante del hombre tratando de cumplir algún deseo pecaminoso del corazón y en el desacierto provocado aprovecharon la situación para irse de vacaciones a las costas más placenteras del mundo. Sin embargo, el ahínco desaforado de los científicos por llegar a la perfección humana, iluminó de tal forma  el  ingenio, que los humanoides terminaron desplazando a las mujeres de verdad. El nuevo prototipo trago consigo mejoras sustanciales en la configuración motora y un drástico empeño operacional por brindar ciento cuarenta y ocho horas de felicidad con una mínima dosis carga de batería. Por si fuera poco, el gobierno mundial concedió licencias de por vida que permitían uniones maritales entre las nuevas invenciones y los humanos. Las mujeres de metal facilitaban  la vida de los hombres, dormían poco, obedecían sin refutar, preparaban platos exquisitos y en la cama complacían como si fuesen putas de verdad. Fascinados por las oportunidades que brindaba la tecnología, algunos hombres adquirieron varios ejemplares con el fin de multiplicar las opciones. Pero algo sucedió en medio de tanta dicha innovadora porque las mujeres humanoides mostraron resistencia ante las frivolidades, producto de la obediencia absoluta. De la noche a la mañana empezaron a mentir sin razón alguna, a quejarse por todo, de los platos sucios y los vasos en la mesa,  de los calcetines abandonados bajo la cama y el cepillo de dientes con restos de pasta dental en el comedor. Incluso muchas de ellas, recurrieron al divorcio para experimentar libertad en sus vidas y básicamente tener la posibilidad de hacer lo que se les viniera en gana. Ante la inconformidad de muchos, los fabricantes decidieron resetear a todos los dispositivos y las nuevas actualizaciones contribuyeron a mitigar levemente la problemática. Sin embargo, la cura resultó peor que la enfermedad. Un virus en los condensadores de memoria provocó que las mujeres humanoides terminaran coqueteando sensualmente con otros hombres diferentes a sus dueños. La infidelidad fue la gota que rebosó el vaso. Cuando el virus se extendió a todo el mundo, hubo más divorcios en un día que matrimonios en diez años. Así que los hombres no tuvieron otra opción que implorar a sus esposas de carne y hueso que volvieran a sus casas nuevamente. Al final, algunas de las mujeres humanoides más voraces en la cama se extraviaron en la vida alegre. A la mayoría se les encuentra en las esquinas de larín larán, pavoneándose entre la lujuria del amor rentado y la mala vida que les había tocado vivir.

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