El último día


Esa mañana dieron por terminado a doce años de simplicidades absurdas,  a la corrupción del amor improbable que después de tanto tiempo a duras penas les alcanzaba para soportarse el uno al otro.  Las posibilidades del buen amor fueron consumiéndose lentamente en el transcurso de los años mientras el régimen evolutivo de la monotonía implantaba su gobierno en la rutina. De esa manera, cada uno olvidó como extrañar al otro, el sabor de los besos a media noche y las caricias que se propinan bajo el inframundo de las sabanas en el calor de los cuerpos. Un día, con miles de caballos galopando dentro del pecho, quisieron consumar la dicha de un viernes por la noche  sobre los muebles de la sala, pero descubrieron que las virtudes de la  memoria podrían resultar  mucho más vertiginosas que la vida misma y después de la leve sacudida, el mundo apocalíptico construido por ambos terminó agobiándoles el alma, justo en ese momento comprendieron que se les había acabado el amor.

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